Jorge Prendas, héroe y víctima del terremoto del pasado 8 de enero, nos cuenta su historia.

“Aún resuenan en mis oídos los gritos de la tragedia”

El pasado jueves 8 de enero cambió por completo la vida de la familia Prendas Ramírez: la casita que con tanto esfuerzo habían construido y su “cacharrito” -como ellos llamaban a su carro- quedaron inservibles para siempre. Jorge Prendas conocido en La Cinchona como “Coqui”, salió como de costumbre al mediodía de la fábrica El Ángel hacia su casa a almorzar. Allí lo sorprendería la tragedia que marcó para siempre su vida.

El siguiente, es un extracto de la conversación que sostuvimos, él con voz entrecortada; yo, casi susurrando las preguntas para no perturbarlo aún más.

Don Jorge, ¿dónde se encontraba usted en el momento del terremoto? Estaba en la pulpería con mi doña y mi hija, porque la chiquita me había pedido un helado; entonces fuimos a comprárselo.
¿Qué vio usted, qué se escuchó en ese momento? Percibí como un estruendo y cuando me di cuenta, tenía encima de la punta del zapato, la viga corona de la pulpería. Por suerte, andaba con los zapatos de seguridad que me dan en la fábrica, que tienen punta de acero y con eso la sostuve. Como mi esposa se cayó, si yo soltaba la viga le caía a ella encima de su pie. Por un momento no supe qué hacer, pero... ¡ni modo! Tuve que hacerlo, porque la chiquita me gritaba y me pedía auxilio, se iba a caer en una grieta...
¿Qué se veía a su alrededor? Las cosas de la pulpería caían por todos lados; la pared se me venía encima, había cinco “doncitos” haciendo unas reparaciones en la calle y estaban agarrados de las manos sin hablar, como en estado de shock. La señora de la pulpería estaba prensada y yo le gritaba que se pusiera a salvo pero en el momento ella me decía que la dejara morir. Jamás la dejé, la jalé y la puse a mi lado. Se escuchaban gritos por todas partes y gente pidiendo auxilio.. y uno sin poder hacer nada. Una vez que paró el temblor,
¿qué hizo usted? Levanté la viga para que Gaby –mi esposa- sacara el pie. Estaba herida y manaba de su pie tanta sangre. Usted puede ver como tiene la pierna; la saqué y la senté a la orilla de la calle mientras los vecinos corrían como locos, gritaban, lloraban, seguían pidiendo ayuda pero era imposible ubicarlos para socorrerlos porque las casas estaban en el suelo. Entonces llamé por teléfono a mi papá y a mis hermanos para avisarles que en Cinchona había habido un terremoto y que el lugar ya no existía, que pidieran ayuda, que había gente muerta, que las montañas se habían derrumbado, que por el río no pasaba agua pues toda era una correntada de puro lodo, pero la comunicación era muy mala.
¿Qué pasó después? Reuní a los vecinos para tratar de estar todos juntos. Creo que yo era el único que estaba calmado porque del susto ni siquiera podía llorar, como lo puedo hacer ahora. Les pedí permiso para entrar en lo que quedaba de sus casas con el fin de sacar cobijas y medicinas como acetaminofén, - pastillas de las que por cierto conseguí unas seiscientas y todas se gastaron- y una botella de alcohol, que me eché en la bolsa de atrás; cuando alguien necesitaba esos remedios, me buscaba.
¿Dónde pasaron la noche? Intentamos dormir en el fresal; con plásticos hicimos una tienda de campaña y entre nosotros nos curábamos las heridas. Nunca se me va a olvidar que esa noche mi hija me pedía arroz y frijoles, porque yo la tenía a pura galleta. Por ratos creí que esa noche nunca iba a terminar y lo que más me angustiaba eran tantas réplicas... toda la noche. Uno piensa que otra vez viene un terremoto.
¿Y al día siguiente? En la mañana como a las nueve, un helicóptero llegó y en el primer viaje se llevaron a la doña -porque estaba muy mal de la pierna- y los viejitos. En cada viaje se iban llevando a las personas mas afectadas. Yo me quedé hasta el final. Algunas personas me han comentado que usted se comportó como un héroe, que ayudó a todos. Incluso, me han dicho que se quedó sin abrigo por dárselo a una señora.
¿ Es cierto eso que dicen de usted? Yo solo hice lo que tenía que hacer; por algo Dios no me llevó en ese momento.
¿Cómo está haciendo para sobrevivir ahora? Estamos en San Miguel, donde una cuñada. Ellos nos han brindado su casa mientras tanto, allí vamos pasándola con la ayuda de muchas personas del país, que gracias a Dios ha sido abundante.
¿Un recuerdo imborrable de esa tragedia? No se me olvidan los gritos de una pareja de nicaragüenses vecinos, que pedían auxilio en momentos en que yo no podía hacer nada. De repente noté que ya no se escuchaban...

¡Esas voces todavía las siento en el oído, fue horrible!

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